Nos marcamos y catalogamos, nos
encanta apartar y clasificar las cosas, y dicen que eso nos limita, que nos
limitamos nosotros mismos al hacerlo; hay quien piensa que con la decisión de
marcarse se está autoexiliando, yo creo que esas personas, que temen dejar de
cambiar no pueden soportar el hecho de que para avanzar no es necesario que
haya un cambio físico, entonces, no merecen explorar otros espacios, o mejor
dicho, son los que más difícil enfrentan esos cambios.
Pero la gente cambia y no tengo
el derecho de decir quien merece qué; las cosas cambian y no somos nuevos cada
día, somos una mezcla de todas las horas acumuladas, somos el rastro que
dejamos, y que se borra conforme el paso del tiempo.
Somos ese mutante psíquico, que
se mutila miembros conforme le crecen nuevos, entonces, por qué no simplemente
volver materico el pensamiento y plasmarlo en un lugar donde pueda ver y ser
visto, donde pueda dialogar, donde pueda respirar, donde pueda generar nuevas
experiencias.
La piel es el lienzo más caprichoso, y hay que tener en
cuenta la movilidad de la pieza junto con lo que queremos expresar, para que la
imagen tenga vida propia, y no se vuelvan parásitos uno del otro.
Pensaba en dibujar un ser amorfo, varios, una abstracción de
esa idea, una convivencia de eso conmigo mismo, borrando la frontera entre
quien es quien y quien hace a quien. Pensaba, ahora ya no hay división, no sé
si se alcanzó una simbiosis o si el parásito se comió al huésped.
Donde una persona se abre la camisa y tiene la cabeza de un
gemelo, y este se va convirtiendo en una masa amorfa de músculos, grasa, huesos
y partes mecánicas junto con cables, porque su cuerpo físico ya no puede
contener a su ser psíquico, y sí, viene con wifi integrado; nada más alejado de
la realidad: Edward Mondrake se suicidó a los 23 años porque la cara detrás de
su cabeza le decía cosas horribles (decían que esta podía reír y llorar).
Me gusta pensar de una manera en que el extraño no es
Mondrake, él está bien, él es la sociedad correcta que quiere ser, que quiere
llegar, que anhela. La cara detrás de su cabeza es lo extaño, el origen de todo
su mal, y el por qué se siente rechazado, el por qué se siente repudiado, como
si fuera el asco de la tierra hecho carne. ¿Realmente hablaba esa deformación
en su nuca? ¿Realmente era una cara? O solo Edward sentía que tenía una cara,
para justificar lo insoportable que le parecía permanecer en un lugar donde no
entendía ni pito, más allá de que solo estaba de pasada.
En las culturas primitivas se
consideraba al forastero un enemigo, una amenaza para el grupo, alguien que con
sus ideas lo pudiera llegar a separar, y si un extraño traspasaba las
fronteras, era ejecutado para que no contaminase al grupo con su magia.
Entonces, es el extranjero una figura
sombría que llega en representación de lo “otro”, de lo desconocido, cruza las
fronteras de la conciencia y la inconciencia, es “lo sublime” materializado. Y
lo usamos como pretexto para proyectarnos, ya sea liberando o revelando lo que
no podríamos mostrar de otras maneras, o reprimiendo eso mismo que estamos
mostrando de más.
“El futuro es como un
forastero, es como una visita inesperada dentro de la cena perfecta; el futuro
es como el cielo en la periferia de la ciudad, negro y corrompido, y la esperanza
parece un avión que nunca aterriza, solo se escuchan los motores que rugen como
si fuera en picada justo a estrellarse violentamente sobre nuestras cabezas.”
Los inuit (pueblos esquimales de
las regiones árticas de America y Groenlandia) dicen que en el pasado las
personas se podían convertir en animales, y los animales en personas, y no
había diferencia, ya que todos hablaban la misma lengua, “era la época en que las palabras eran mágicas, la mente humana tenía
poderes misteriosos. Nadie podía explicarlo, así era como funcionaba”.
Los chamanes, las brujas, los
charlatanes, tienen la habilidad (que ahora sería más un poder sobrenatural) de
construir y deconstruir, de agrupar y separar, en pos de la renovación. Me
gustaría poder decir que soy uno, pero no es tan fácil como romper juguetes y después unirlos con
pegamento para crear uno nuevo, ellos se mueven entre los procesos sicológicos,
esos donde yo apenas percibo, donde supongo que creo simbiosis entre el
material que trabajo y mi voluntad creativa. Ellos ya trabajan moviendo ese
velo llamado confusión (que me margina y me impide romperlo, como un himen
santo), llegando a su hogar en los estados alterados de la conciencia.
Transmutación, el poder no
solamente volverse animal a voluntad propia, sino también volverse coyunturas
en los ciclos de la naturaleza, ser un eslabón de una razón más allá de nuestro
entendimiento. O simplemente para espiar.
Estoy hablando de lo salvaje con
lo salvaje, el momento en que me puse de pie y caminé erguido, el momento en
que descubrí el fuego, el momento en que desarrollé las manos para crear
herramientas. El momento en el que descubrí que ya no podía transformarme en lo
que yo deseara y lo plasmé en mi piel como lo que más anhelaba.
¿Por qué siempre pienso en
animales cuando deseo transformarme, pensando en la representación del
movimiento y la libertad sin remordimientos? ¿Acaso no también el amor se mueve
sin importarle nada? ¿Acaso no también el odio? ¿Podría?, ¿podría convertirme en
fuerza pura, abstracción total? Fuego.
La transmutación no implica
desarrollo progresivo, como lo implica la metamorfosis, es solo un deslizar
entre esencias, oculta en la misma manera en que revela (quien transmuta viaja
ocultándose prefiriendo lugares oscuros para no ser visto/delatado, a cambio de
ese don de divagar en otro cuerpo, aborreciendo la “verdad”, no dejándose
atrapar, por aquellos que buscan una).
Si transmutamos es para
experimentar, y poder crear experiencias nuevas, y poder así avanzar y hacer
avanzar, porque el camino es cambiante, y no es el mismo para todos, la
existencia está siempre en un cambio continuo, la sangre no puede quedarse
estática pues se coagula.
La obra del artista no empieza ni
termina en el lienzo, esa es solo una etapa de una sola gran pieza, que no solo
es física, implica el hecho de que cuando uno desaparezca la obra continúe
generando acciones y pensamientos, y que tenga vida propia.
Entonces, al marcar algo en el
cuerpo mismo, permanentemente, no estoy esclavizándome a una idea, ni a una
imagen, estoy construyendo tablas, reconociendo que inclusive desde cero hay
algo.
Podríamos dejar libre al
condenado después de haber cumplido su tiempo encerrado, escribiendo de nuevo
desde el punto de su nueva partida, pero siempre hay un detrás de todo eso, y
el qué y el cómo lo haya aprendido y desechado determinará sus nuevas
conductas, si creará fuego o si apagará el fuego, para qué lo hará y con que lo
hará. Pero eso entra en el terreno de la voluntad, ¿podría un elemento extraño
hacer el papel de conciencia y en un ejercicio de demasiada voluntad, crecer en
la nuca de alguien más?