El calor abrasador nos hace
retorcernos como caracoles bañados en sal, tratando de tragar saliva entre cada
bocanada de aire caliente, seco, anhelando un poco de espacio, un poco de
sudor, un poco de luz del sol.
Estamos amontonados como pollos
dentro de un tráiler yendo al matadero, arrumbados en lo oscuro, encajuelados
en un auto, 8 personas, apestando a ropa sucia y humor humano, sudor, mierda,
miedo, unos encima de otros, por 2 días
o más.
Solo podemos imaginar lo que
escuchamos y sentimos: las vertiginosas vueltas que nos marean, frenos
chillando intempestivamente esperando recibir un impacto que nos colapse en un
solo cuerpo roto, de 8 cabezas y 16 brazos. Voces de niños y del bullicio como
si estuviéramos atravesando una casa. Helicópteros y discusiones, pero sobre
todo el motor, el zumbido de ese viejo coche rumiando a destiempo cada vez que
las velocidades entraban sin ninguna compasión por la caja de velocidades,
sentíamos como si cada vez que cambiaban de tercera a cuarta nos estuvieran
abriendo la caja torácica y nos manosearan las entrañas buscando el corazón. Ya
éramos parte del automóvil.
Durante el trayecto nunca nos
hablaron, nunca abrieron la cajuela, nunca dieron ni un golpe, solo suponíamos
que llegábamos cada vez que se detenía el auto y se azotaban las puertas, a
veces una, a veces dos, a veces todas. Un silencio como de tumba, ninguno de
nosotros se atrevía a decir palabra, solo exhalábamos con miedo; y de nuevo las
puertas azotadas con furia, el motor y el acelerador a fondo, llevándonos de
nuevo dentro de nuestro ataúd con ruedas.
Hubo un momento en el que nos
detuvimos aproximadamente 2 horas, el vehículo avanzaba lentamente y se
detenía, avanzaba y se detenía, y avanzaba. Voces y pasos, se escuchaban cerca
y se alejaban, y de pronto parecía que había alguien más entre nosotros,
hablando fuerte, y esa voz se alejaba. Se escuchaban más helicópteros y
motocicletas que lo usual, perros ladrando y patrullas sonando sus sirenas de
advertencia.
Un silencio apabullante de varios
minutos y de pronto nos movíamos lentamente, el motor calmo y el acelerador
pisado gentilmente. Nos adentramos en el corazón de las tinieblas.
Parece que damos vueltas
vertiginosas en el mismo lugar, riendo morbosamente y luego llorando
amargamente, viendo cómo se distorsionan las imágenes y como parecen cambiar,
cuando en realidad es nuestro cerebro totalmente drogado de tanto mareo el que
alucina formas caprichosas.
Ahora supongamos que no somos un
individuo, somos un planeta, y que cada giro está destruyendo no neuronas, sino
habitantes, y que cada giro nos hace más viejos, y que no podemos detenernos
porque corremos el riesgo de golpearnos fuertemente.
Ahora supongamos que nada es
cierto, y que lo más absurdo es lo más coherente, y que sí, las cosas están
mutando enfrente de nuestros ojos, y que los colores se escurren y los sonidos
toman forma. Y que si nos detenemos mueren.
Ahora tomemos la pistola y
juguemos al francotirador, juguemos a ser Dios, juguemos a que cada persona
vestida de azul vale el doble de puntos. Te reto a que le des en la cabeza al
primer tiro. Te reto a que lo hagas 5 veces seguidas.
No vamos a ningún lado y no
venimos de ningún lugar, no estamos más que para destruir, consumir y
desaparecer como un suspiro. Somos contrabando en la cajuela de la troca de
Dios. Esperando cruzar la border, pero para ir a otro lugar a hacer lo pinche
mismo que hacíamos en donde estábamos.
Después de los acontecimientos
que unieron las realidades de una manera violenta y por más irreal, como si dos
puños chocaran en un solo golpe, haciendo trizas los nudillos con un sonido
como de cornamentas de borregos cimarrones, me doy cuenta que lo que une al
caos de cada individuo es el orden, y cuando esto sucede, sucede de manera
caótica.
Reaccionamos como fetos recién
salidos al mundo, en total desconocimiento del entorno y de las situaciones. Y cuando todo se calma,
volvemos a ser parte del flujo continuo de inutilidad y desinterés de las cosas
que no afecten nuestra pasividad. Ya no somos esos seres que los griegos
describían como entidades buscadoras de los momentos de éxtasis entre la
serenidad del devenir diario, ahora somos el target de las compañías que
quieren nuestro dinero, a cambio de placeres inmediatos: la pornografía en
caricaturas y las caricaturas en la violencia. Simplemente nos reducimos a una
pila de huesos y mierda en un costal de carne y pelos.
Nos creemos los elegidos del
creador para traer iluminación a este mundo, creemos estar solo de pasada y que
debemos ser adorados simplemente por ser adorables; “bajo las nuevas
directrices de Facebook, hago constar que todas mis publicaciones son de mi
autoría.” …Hermosos y brillantes copos
de nieve; el reflejo de Narciso está en modo “disponible”, envíale un emoticon
de saludo. A mí denme un millón de dólares ahora mismo, y constrúyanme un altar
porque yo así lo demando. Un altar de oro y mujeres hermosas, pero que no me
salga caro porque, pues somos banda, ¿no?
No se quejen del tirano que
aborrecen porque solo están anhelando su poder. Si viene fuego y sangre del
cielo, que descienda sobre todos nosotros, y seamos borrados por el ángel de la
retribución llamado en las sagradas escrituras como “Enola Gay”. Y que no haya
registro de nuestro paso sobre esta tierra. Y que el planeta sea como ese
espejo rojo en el espacio al que mandamos zondas en busca de un nuevo hogar.
Porque hemos confundido el libre
albedrío con la voluntad de hacer lo que nos plazca. Sabemos distinguir el bien
del mal, pero no nuestras mentes de nuestros corazones. Dime si crees tener el
derecho de luchar por lo que crees que es tuyo, cuando en realidad se lo han
quitado a alguien más antes de engañarte haciéndote suponer que lo mereces.
El subir la montaña no nos da el
derecho a creer que somos seres iluminados; “el sabio va a la montaña una vez,
el tonto dos veces” reza el viejo proverbio tibetano, al cual, si lo leemos dos
veces, nos volvemos el tonto. Estamos en un error, la enseñanza no fue hecha
para nosotros, que pase de mí, en la hora de mi Getsemaní. Porque al final,
quien dice que está mal ser el tonto, quien me dirá que fue lo que hice
correctamente y que hice estúpidamente. Fue el amor mi motivo, y fue el amor mi
destino a alcanzar.
La ley dicta que cada quien haga
lo que mejor le convenga para su propia iluminación, no que cada quien haga lo
que mejor le convenga para sus propios placeres. Somos grilletes de los que nos
aman y liberación de quien nos aborrece.
Mi trabajo consiste en rebajar
los íconos sagrados al grado de simples premios de bolsas de papas fritas. No
de dar voz ni de dar Fe, no de dar alimento ni iluminación, sino de oscurecer y
de desalentar. Mi trabajo nadie lo quiere hacer y mi anuncio es presagio
funesto del horror que me precede.
Hay muertos que no hacen ruido,
llorona y es más grande su penar.